viernes, 21 de marzo de 2014

Sinfonía estival.

Intentas conciliar el sueño en esta nublosa, bochornosa pero cálida noche de verano. Una noche mágica de electricidad y gotas que golpean los cristales de la ventana. Gotas que bailan con el viento, que no saben que su final llega con el descenso a la tierra, abandonadas en el sucio asfalto de la metrópoli.

Los sonidos de la noche, de ésta, y no otra: las gotas de lluvia golpeando tus cristales, como si el segundero de un reloj se hubiera vuelto loco y quisiera que el tiempo avanzara rápido esta noche, como queriendo escapar de algo. Y lo cierto es que ya no sabes que hora es, ¿cuánto tiempo llevas intentando conciliar el sueño? No hay respuesta, pues esta noche no hay tiempo. Tal vez ha huido con el viento o éste lo ha raptado, no lo sabes. Simplemente se ha desvanecido, puede que esté escondido en algún recóndito lugar de tu cuarto, o de ti mismo.


Se oye una melodía tras la ventana, la escuchas desde tu cama. Alguien silba en la calle, y su música se desliza entre las ramas de los árboles, juega con sus hojas y las hace bailar al son de la música, como a las gotas de agua. Se cuela entre las rendijas de tu persiana y choca contra el cristal.... y se apaga. Y comienza otra vez. Un escalofrío recorre tu cuerpo, te estremeces y te levantas de la cama, en esta noche de insomnio, música y electricidad. Observas algo azulado a través de los agujeros de la persiana y justo después resuenan los tambores, los trombones, el contrabajo, y cuando calla vuelve el silbido, las flautas y los violines.


Al levantar la persiana contemplas la hermosa, azulada y eléctrica luz que surge como un destello fugaz de entre las nubes y el suelo: la tierra y el cielo han quedado unidos por milésimas de segundo, por una escalera mágica. Al abrir la ventana la música se adentra en tu habitación. Necesitas tocarla, sentirla más aún en tu cuerpo y con gran entusiasmo bajas las escaleras del portal, con los pies desnudos y tu pijama veraniego.


Notas la hierba mojada y el asfalto húmedo lleno de charcos. El viento ha notado tu presencia y ha comenzado a enredarse entre tu pelo, a jugar con él, a bailar contigo al compás. Estás completamente empapado de ritmo, emparamado hasta los huesos. Te unes a la orquesta,y ahora ya eres un miembro más de esta 
sinfonía estival.




                                   Al fin, dulces sueños.



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