domingo, 23 de marzo de 2014

(Mis) Catástrofes.

Silencio, no hay más que un inmenso silencio que recorre cada pequeño recoveco. Hasta debajo de las camas se sumerge, y sigue hurgando. Está en mis galerías más profundas, y en las tuyas. Silencio que en su propia existencia guarda demasiado, esconde miles de palabras dichas y no dichas. En la profundidad del este silencio sólo hay reproches. Sólo hay rencor y dolor.

Hoy miro por la ventana y no veo más que una pared blanca con ventanas que me muestran otras vidas, gente que no conozco, que no existe salvo cuando yo miro por la ventana y su luz se enciende. Ayer contemplaba desde mi ventana un paisaje montañoso, en esta época seguramente nevado, y aquel puente de piedra por el que los trenes pasaban. Trenes con personas dentro, personas que nunca han existido, pues nunca las he visto desde aquella ventana.
Qué paradójico: hoy contemplo una sucia pared albina en una ciudad de piedra franca, de gran elegancia y porte, de magia. Y no dejo de echar de menos mi otra ventana, la de ayer, la del paisaje montañoso en un pueblo muerto, sin vida. Aquella ventana en una casa tan vacía como el lugar donde estaba.

Seguramente mi ventana de ayer tenga la persiana bajada, y la luz apenas pueda entrar por las rendijas a mi cuarto silencioso. De mi cuarto de ayer, ahora frío: como el resto de la casa. Aunque tal vez siempre haya habido silencio y frío, incluso antes de estar vacía. Siempre se caía a cachos aquella casa., hasta que no ha quedado más que polvo y silencio, un espeluznante silencio.

Siempre hemos estado buscando el núcleo del error, queriendo comprenderlo, deshacerlo y olvidarlo. Nunca hemos podido solucionarlo y hemos acabado rompiéndonos, deshaciéndonos a nosotros mismos. Nos hemos descompuestos y al final sólo ha quedado un incendio inapagable en cada rincón. Nos alejamos y acortamos distancias, y nada funciona. Todos nuestros planes han fracasado y hemos perdido el control, nos hemos perdido en un laberinto sin encontrar la salida: seguimos perdidos. Lo hemos roto todo y no quedan más que trozos esparcidos por el frío suelo de una casa silenciosa, de una casa muerta. Pero no dejo de pensar en ella, de echarla de menos. Necesito mirar por mi ventana, por la de ayer y sentir el calor que a veces sentía, dejando a un lado lo demás. Los recuerdos me encadenan y me siento paralizado, necesito hablar y de mi boca no sale más que un desconcertante silencio.

Me pregunto qué estarás haciendo, si llegará el día en que el silencio nos abandone o estamos predestinados a esto. Pienso en si seremos capaces de dejar de sentir frío, y que solo haya calor, si podremos deshacernos y volver a rehacernos nuevamente, sin rompernos.



Siempre odiaré las paredes blancas y los lugares fríos llenos de silencio.


viernes, 21 de marzo de 2014

Sinfonía estival.

Intentas conciliar el sueño en esta nublosa, bochornosa pero cálida noche de verano. Una noche mágica de electricidad y gotas que golpean los cristales de la ventana. Gotas que bailan con el viento, que no saben que su final llega con el descenso a la tierra, abandonadas en el sucio asfalto de la metrópoli.

Los sonidos de la noche, de ésta, y no otra: las gotas de lluvia golpeando tus cristales, como si el segundero de un reloj se hubiera vuelto loco y quisiera que el tiempo avanzara rápido esta noche, como queriendo escapar de algo. Y lo cierto es que ya no sabes que hora es, ¿cuánto tiempo llevas intentando conciliar el sueño? No hay respuesta, pues esta noche no hay tiempo. Tal vez ha huido con el viento o éste lo ha raptado, no lo sabes. Simplemente se ha desvanecido, puede que esté escondido en algún recóndito lugar de tu cuarto, o de ti mismo.


Se oye una melodía tras la ventana, la escuchas desde tu cama. Alguien silba en la calle, y su música se desliza entre las ramas de los árboles, juega con sus hojas y las hace bailar al son de la música, como a las gotas de agua. Se cuela entre las rendijas de tu persiana y choca contra el cristal.... y se apaga. Y comienza otra vez. Un escalofrío recorre tu cuerpo, te estremeces y te levantas de la cama, en esta noche de insomnio, música y electricidad. Observas algo azulado a través de los agujeros de la persiana y justo después resuenan los tambores, los trombones, el contrabajo, y cuando calla vuelve el silbido, las flautas y los violines.


Al levantar la persiana contemplas la hermosa, azulada y eléctrica luz que surge como un destello fugaz de entre las nubes y el suelo: la tierra y el cielo han quedado unidos por milésimas de segundo, por una escalera mágica. Al abrir la ventana la música se adentra en tu habitación. Necesitas tocarla, sentirla más aún en tu cuerpo y con gran entusiasmo bajas las escaleras del portal, con los pies desnudos y tu pijama veraniego.


Notas la hierba mojada y el asfalto húmedo lleno de charcos. El viento ha notado tu presencia y ha comenzado a enredarse entre tu pelo, a jugar con él, a bailar contigo al compás. Estás completamente empapado de ritmo, emparamado hasta los huesos. Te unes a la orquesta,y ahora ya eres un miembro más de esta 
sinfonía estival.




                                   Al fin, dulces sueños.